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Rodney Arismendi: "Algunas reflexiones acerca del fascismo en la hora actual de América Latina"

El año 1973 no se borrará jamás de la memoria del latinoamericano. Entrará en la historia con ropas de luto, entre coros disgregados que, co...

El año 1973 no se borrará jamás de la memoria del latinoamericano. Entrará en la historia con ropas de luto, entre coros disgregados que, como en la tragedia antigua, anuncian despavoridos la desgracia de un pueblo. Entonces asesinaron la república democrática revolucionaria de Chile, dispuesta a ir al socialismo ahorrándole a la patria la prueba de fuego de la guerra civil.

El golpe de junio de 1973, en Uruguay, prologó el drama chileno. Derrotado en Vietnam, en crisis la estrategia global de guerra y contrarrevolución, enfrentado a un mundo donde la correlación de fuerzas sigue inclinándose al socialismo, la democracia, la independencia nacional y la paz, el imperialismo de Estados Unidos emprende feroz contraofensiva en el sur de América. Asesta golpes rudos a la revolución latinoamericana y, en general, al conjunto del movimiento democrático e independentista. Regímenes fascistas o tendientes al fascismo, surgidos de golpes militares, se instalan en importantes posiciones geográficas y políticas. Decenas de miles de presos, torturados y asesinados, hogueras de libros, liquidación de todos los derechos y libertades... Es el "nuevo orden" de inspiración o hechura de la CIA y el Pentágono para nuestro continente. Las cartas jugadas por banqueros, diplomáticos, militares, agentes de la CIA, terroristas y killers, con vistas a la crucifixión del pueblo chileno, están hoy boca arriba. Desde la "desestabilización", el intento de bloqueo y el pago de dirigentes venales, hasta la presencia de la Flota de Estados Unidos ante Valparaíso, el día del golpe, y la participación de pilotos yanquis -genocidas de Vietnam- en el bombardeo de La Moneda. El Congreso y la prensa estadounidense siguen contabilizando los dólares invertidos, por International Telephone and Telegraph o el Gobierno federal, a la vez de relatar prolijamente cuántas veces el Consejo de Seguridad Nacional y el señor Kissinger, en función de presidente, se reunieron para ultimar la democracia en Chile. Sin embargo, se habla menos de las proyecciones continentales del plan aplicado, de cómo se acordó simultáneamente precipitar el golpe de Estado en Uruguay, y hacer de la Conferencia de Ejércitos Americanos, reunida en 1973 en Caracas, un instrumento de la operación en todo el llamado cono sur. Con posteriores amenazas a Perú, Ecuador, Venezuela y Guyana. Por cierto, no todo es negro en 1973 y el trienio subsiguiente. Y no solo porque en el mismo tiempo, en otros lugares de América Latina y el Caribe, la revolución siguió andando, Cuba consolidó su papel y en varios países se acentuaron nuevos fenómenos de resistencia al imperialismo, sino porque también en Chile, Uruguay, Bolivia, Brasil y otros países flagelados por el terror fascista, la lucha por la libertad prosiguió a pesar de las numerosas víctimas, la tortura sistemática que torna pueril el infierno dantesco, y la concentración, como tarea privilegiada, de toda la maquinaria militar y policial en dar caza al espectro de la democracia y aniquilar físicamente a los cuadros de la revolución. De pie en la actual cruz de caminos de la América nuestra, mártires de la independencia, la democracia y el progreso social - cuántos son?, ya legiones...- siguen haciendo sonar dianas esperanzadoras. Entre ellos, el inmolado Allende, como antes Guevara o Camilo Torres, los dos Alvarado y sus compañeros de Guatemala, los jóvenes dirigentes comunistas de Haití, los asesinados de Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y otros países. "Hasta después de muertos somos útiles" -escribió uno de los precursores de la revolución cubana. Ellos convocan infatigables a nuestros pueblos a la conquista o al rescate de la libertad, y advierten al mundo acerca del peligro de este renacer del fascismo a contrapelo de las tendencias contemporáneas.


La contraofensiva del imperialismo yanqui y el fascismo

Dijimos a fines de 1972: Creemos ser objetivos al pensar que los años 70 serán para América Latina tiempos de aceleración del conjunto del proceso revolucionario. Y agregábamos, militando contra cualquier ilusionismo acerca de un acaecer fácil y apacible: Sería ligereza olvidar que hemos andado un curso difícil, contradictorio, muy duro, muchas veces sangriento. Y que, en genera/, ese rasgo seguirá siendo el dominante.


La vigencia de la primera apreciación debe ser reexaminada a fin de ubicarla en la correlación de fuerzas, mucho más negativa, que se ha creado en el continente. Pero esto no debe significar su negación in limine. Los procesos profundos, económicos, sociales y políticos, generadores de las convulsiones críticas que ocurren en nuestra América hacen más de dos decenios, siguen presentes a pesar de las derrotas y, en última instancia, condicionan la tendencia fundamental del desarrollo. Son ellos los que instalan reiteradamente en el orden del día los problemas de la independencia económica y política, la democracia, el progreso social y el socialismo. No fueron ni son casuales la victoria cubana, que cambió cualitativamente el curso de las luchas y trajo el socialismo al hemisferio, ni el triunfo chileno, no obstante la posterior derrota; ni otros sucesos actuales como los de Perú, o la reivindicación antiimperialista de Panamá, o los avances de Guyana, Jamaica y otros en el Caribe, o las posturas de resistencia al imperialismo de gobiernos de la gran burguesía conciliadora o nacional reformista en Venezuela, México y algunos otros países. O las actitudes nacionalistas en Ecuador y Honduras. Este cuadro refleja, en gama muy amplia, las tendencias profundas y subyacentes en nuestras sociedades. Ellas se expresan en hechos concretos de significación nacional e internacional. En medidas de rescate de riquezas naturales o de mayor independización de la política exterior, en la reanudación de relaciones con Cuba, en organismos latinoamericanos, como el SELA, entre otros, contrapuestos al "panamericanismo", en mejores relaciones con países socialistas, en mayor conexión con el Movimiento de Países No Alineados o en participación en estructuras internacionales, de defensa de los precios de materias primas, etc. Es característico que, a pesar de provocaciones y amenazas del imperialismo norteamericano, Cuba acrecienta su papel en la doble función de integrante de la comunidad socialista y de factor de agrupamiento de los países de América Latina que tienden a una mayor autodeterminación política y económica.


En conjunto son condicionantes y síntomas, a la vez, de la crisis de la política latinoamericana del imperialismo yanqui. Esta se manifiesta ostensiblemente como resquebrajamiento de la superestructura jurídica, política y militar del "panamericanismo", en particular de la OEA y de la Junta Interamericana ' de Defensa. Sin perjuicio de que las Conferencias de Ejércitos Americanos sigan siendo peligrosa herramienta supranacional del Pentágono y sus conspiraciones.


La reciente reunión de la OEA merece destacarse. Realizada en Santiago de Chile con el propósito de Washington de respaldar a Pinochet y sus asociados fascistas del sur, y de re-vitalizar a la vieja celestina, fue un rotundo fracaso. Se transformó en radiografía del agrietado "panamericanismo". Fueron ilustrativas la ausencia de México y la acusación al fascismo chileno a cargo de varias delegaciones.


Fracasó incluso el plan de montar una provocación anticubana a pretexto de la victoria de Angola. Apenas si los balbuceos del ministro Blanco, portavoz de la dictadura fascista de Uruguay, hicieron recordar a los nostálgicos los viejos buenos tiempos en que se aprobaban a golpes de tambor declaraciones de "guerra al marxismo internacional". El canciller Blanco en la tesitura de las vociferaciones recientes de los jefes fascistas de Uruguay, los de Chile, Paraguay y otros en visitas a Montevideo -acompañados física y discursivamente por el también huésped Vorster, de Sudáfrica-, deseaba condenar la distensión internacional y la coexistencia pacífica calificándolas de trampas del comunismo y la Unión Soviética... Pero el horno no estaba para bollos. Como de cierta manera se lo advirtió. Con amarga ironía, el propio Kissinger.


La anterior comparación no autoriza a sonar una posible caducidad paulatina de la dependencia respecto al opresor yanqui. O que puedan esperarse procesos automáticos de avance hacia la independencia, en circunstancias en que los imperialistas aceptarían defensivamente auto limitarse y reconocer un más ancho espacio a la autodeterminación de las naciones latinoamericanas. Las últimas amenazas a Cuba, las presiones sobre Perú y Panamá, el ominoso disloca miento de tropas brasileras en la frontera de Guyana, acompañado de declaraciones provocativas del Departamento de Estado ante el Congreso, el terrorismo de clásica factura yanqui desencadenado en Jamaica, la conjura para asesinar al presidente de Costa Rica, entre otros casos, desnudan hasta el hueso los verdaderos designios del Gobierno de EE.UU.


Además de estos hechos -los porfiados hechos como gustaba repetir Lenin-, vale la pena recordar declaraciones de William L. Luers. (i). Ellas bien valdrían un más amplio comentario. Aquí solo retendremos que se injieren abiertamente en actos soberanos de varios Estados de América Latina. Como tesis, Luers declara admisible cierto juego en las actitudes de política interior y exterior de algunos países -Perú, por ejemplo-, condicionándolo a lo que EE.UU. juzgue en cada momento "seguridad hemisférica". Simultáneamente reafirma la Caña de la OEA en los casos de ataque armado a un país de América, o de intervención - previa consulta-en el caso más que elástico de ataque no armado. William Rogers(ii), por su lado, elogia los resultados de la OEA en Santiago y declara: "Hemos superado la preocupación de antaño con los asuntos de seguridad para entrar ahora en una nueva era". Se refiere a la cooperación económica.


A buen entendedor... Derribados algunos gobiernos avanzados y antiimperialistas y establecido el fascismo en varios países, los gobernantes de EE.UU. estiman básicamente resuelta por ahora la llamada "seguridad continental". Sin prejuicio de seguir presionando y conspirando contra gobiernos no fascistas, democráticos, nacionalistas, nacional reformistas, en vistas a alinearlos enteramente, otra vez, en su estrategia continental y mundial, o de derribarlos si lo consideran necesario. Estados Unidos trata ahora de mejorar su imagen, que aparece ante la humanidad -a la luz de su política latinoamericana- como máscara de fascismo y la rapacidad descocada. La presentación de Kissinger en Santiago y las exposiciones referidas a Luers y Rogers apuntan simultáneamente a consolidar los resultados de la contraofensiva y a ensanchar, en lo posible, las bases sociales y políticas de dominación. Es decir, intentan ampliar la órbita, que se le ha encogido en exceso, para la maniobra política.


EE.UU. no abandonará, por cierto, el apoyo a los gobiernos fascistas aunque pueda cambiar o no a este o aquel personaje. El proyecto ideal sigue siendo para Estados Unidos, el "modelo" establecido en Brasil, más los retoques de trazo y color exigidos por a cada paisaje. Esto es el supuesto mismo de la pregonada declaración de Rogers. "Hemos superado la preocupación de antaño con los asuntos de seguridad".

Sería tonto esperar que la OEA vaya a acostarse voluntariamente en la tumba; Luers recuerda, a propósito, que el TIAR sigue en pie como tratado obligante, en casos de ataques "armados" y "no armados" a la "seguridad continental". Remember. Santo Domingo y tantos otros hechos de esta "seguridad" hasta llegar a Santiago de Chile...


Y sería más estulto aún aguardar que el gobierno de EE.UU. se disponga a admitir el fair play en sus futuras relaciones con las demás Américas.


Sin embargo, también en estas maniobras debe verse un reflejo de la precariedad de esa política obligada a apostar principalmente al fascismo, y que hoy comprueba que en ningún país tales regímenes lograron construir contra ellos y su empresario yanqui el repudio de capas muy amplias, incluso de la gran burguesía, a la vez que promueven la alarma de los gobernantes no fascistas y la denuncia clamorosa de la opinión mundial. El mismo "modelo", el gobierno militar fascista de Brasil, ya no puede ocultar sus pies de barro que comienzan a cuartearse.


En todas las latitudes, el mundo de los años setenta anda hacia una realidad de paz, libertad, democracia y socialismo limpia de fascismo.

Los gobernantes de EE.UU., con el trashumante Kissinger de primer actor, deben maniobrar, aunque sea en el terreno de la elocuencia o la garrulería. Cambiar algo para que todo quede igual, según la manida cita del Gatopardo( iii). Es un homenaje forzado -a palos- a la grande y heroica gesta de los pueblos latinoamericanos y caribeños.


El observador atento verifica que la revolución latinoamericana sigue, pese a todo, su difícil marcha. Cubierta de heridas, las cierra, aprende de las derrotas y advierte la necesidad imperiosa de agrupar todavía más ampliamente a todas las fuerzas que hoy se oponen al fascismo y resisten al imperialismo. Comprende que la revolución es el fascismo, con sus múltiples corrientes y raudales que tienden a la independencia y a la libertad. Como esas enormes masas de agua, tan propias de nuestra geografía, ellos presionan, empujan en busca de puntos de ruptura, de flanqueo o superación de las actuales barreras.


Por cierto, ese enorme potencial ya no es hoy subterráneo e invisible como ocurre en los anticipos de las grandes y radicales transformaciones según Albert Mathiez, ilustre historiador de la Revolución Francesa.


En diversos planos, con distintas formas y variado desarrollo, prosigue en América Latina la acción combativa de los pueblos. En primer lugar, de la clase obrera. Con cerca de 40 millones entre más de 50 millones de asalariados, protagoniza demostraciones y luchas huelguísticas en todo el continente. El terror fascista no ha podido borrarla del proscenio. Lo evidencian, entre muchos otros ejemplos, en Uruguay, desde la histórica huelga general de 15 días que respondió al golpe de Estado hasta las huelgas de este año, en Bolivia, la heroica batalla de los mineros y otros trabajos, que ha admirado al mundo. Junto a los asalariados participan otras capas y clases sociales, el movimiento campesino, las radicalizadas capas medias urbanas, entre ellas los estudiantes y la intelectualidad. Incluso son más frecuentes y variadas las demostraciones de resistencia de la burguesía nacional. Sobre este fondo social se producen modificaciones positivas en la Iglesia y diferenciaciones y cambios en sectores de las fuerzas armadas.


Asistimos, en esta multitud de expresiones, al reflejo en el plano social y político de la crisis de las estructuras económicas y sociales de casi todos los países, producto del desarrollo capitalista deforme, que creó nuevas realidades, pero dejó en pie la dominación imperialista y creó nuevas realidades, pero dejó en pie la dominación imperialista y las relaciones agrarias basadas en el latifundio y otros resabios precapitalistas. Se agudiza al extremo la contradicción fundamental entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.


Las manifestaciones actuales de la crisis del sistema capitalista mundial golpean duramente las sociedades latinoamericanas -salvo Cuba- y adquieren contornos calamitosos en países que, como Chile, Uruguay y otros, aplican rigurosa-mente las recetas del Fondo Monetario Internacional. Es decir, fórmulas de adecuación total al interés de los monopolios transnacionales y del capital financiero aborigen, vinculado estrechamente con el latifundio que muchas veces le está subordinado. Las grietas del "milagro brasilero" son ilustrativas.


Sobre el fondo de esta crisis -histórica, económica, social y política-, se exaspera el antagonismo entre nuestras naciones y pueblos con el imperialismo yanqui, y se expanden las tendencias patrióticas y democráticas, que se entrelazan con la activa lucha de clases.


El mismo fenómeno actual del fascismo es parte de esa compleja exasperación de todas las contradicciones, de esa dialéctica de revolución y contrarrevolución que sobresaltó los procesos continentales en los últimos dos decenios, de esa lucha sin cuartel entre nuestros pueblos y el imperialismo yanqui y las oligarquías antinacionales.


Los gobiernos fascistas nacidos en ese período surgieron de golpes contrarrevolucionarios (Guatemala, contra Arbenz; Bolivia, contra Torres; Chile, contra Allende), o fueron dados para cortar en su inicio procesos nacionalistas y democráticos de gran proyección continental (en Brasil contra Goulart), o (como en Uruguay) anticipándose a la posibilidad del triunfo futuro de una democracia avanzada y ante el crecimiento de las fuerzas obreras y antiimperialistas, el predominio de la tendencia nacional reformista en el Partido Nacional y la existencia de corrientes progresistas tradicionales en el Partido Colorado, incluso ante la extensión de inquietudes nacionalistas democráticas en las fuerzas armadas. Todo esto fue acompañado o precedido por la "modernización" de estilo fascista de algunas añosas tiranías (Paraguay, Haití, Nicaragua), siempre a inspiración o con la participación descarada del imperialismo norteamericano. Las formas que asumen actualmente las dictaduras fascistas son producto en cierto sentido del fracaso de las antiguas tiranías ante el avance del movimiento liberador latinoamericano. El imperialismo busca ahora regímenes que, teniendo como columna vertebral las fuerzas armadas, implanten estructuras totalitarias más duraderas.


La historia reciente es aleccionadora. Al período de guerra fría, chantaje atómico y preparación de guerra contra la URSS, los países socialistas y los movimientos de liberación nacional, período en el que el rostro de América Latina se manchó de tiranías de todo tipo, sucedió un lapso de explosiones populares, de luchas obreras y democráticas, de revoluciones en Bolivia y Guatemala, de derrumbe de dictaduras militares en Colombia y Venezuela... En fin, esta fase culmina con la victoria cubana. No vamos a historiar el contradictorio transcurrir de los años 60. Recordemos solamente que el imperialismo yanqui, fracasado en la tentativa de yugular a Cuba, juega su carta fundamental en el golpe brasileño de 1964. La significación estratégica de Brasil es por demás notoria. Territorio, población, espacio geográfico lindero con casi todos los países de América Latina, larga e importante costa atlántica, extendida hasta la zona austral deberá ser lugarteniente del imperio, el gendarme por delegación. La dictadura brasileña inicia la sistemática experiencia de reconstruir el Estado al estilo fascista, sirviéndose para ello de la vieja herramienta de la tiranía militar. En el plano económico será la jauja de la inversión imperialista; deberá ser la imagen del "crecimiento" por la estrecha unión de los monopolios imperialistas, ciertas capas de la gran burguesía antinacional y el Estado militar fascista.


Si bien consolidó entonces su situación en Brasil, el imperialismo yanqui no logró congelar el curso latinoamericano. Lo comprueban los acontecimientos de Perú y Ecuador, el desarrollo de amplios movimientos de masas y de frentes políticos avanzados, la reivindicación de Panamá, en fin, la victoria de la Unidad Popular en Chile, el auge obrero y popular en Uruguay y la explosión democrática en Argentina; también otros cambios en América Central y el Caribe.


El derribamiento del Gobierno de la Unidad Popular señala el jalón principal de la contra-ofensiva del imperialismo yanqui con vistas a revertir el caudal del movimiento liberador que, después de Cuba, tiene su foco más avanzado en el país andino. Y no solo porque el Gobierno de Allende realiza, en plazo asaz breve, transformaciones democráticas que explícitamente apuntan hacia el socialismo; sino también porque se inserta como factor acelerador, en un contexto latinoamericano de avance revolucionario y, a la vez, de ampliación de las fuerzas sociales y políticas que resisten o luchan contra el imperialismo.


La derrota chilena tiene por sí misma abultada dimensión histórica, pero también alcance estratégico latinoamericano y mundial. El plan imperialista contiene objetivos intervencionistas y contrarrevolucionarios de vasta proyección. Así como los golpes en Bolivia y Uruguay, y la conspiración contra Argentina, preceden o se coordinan con el crimen de los generales chilenos, el fascismo de Pinochet para a integrarse en la trama de los regímenes fascistas de América austral. Es parte instrumental de la amenaza imperialista al resto del continente.


Junto a la dictadura militar fascista de Brasil -investida reiteradamente por Washington como gendarme regional- se alistan los gobiernos fascistas de Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay.

Se produce una modificación negativa de la correlación de fuerzas en el Sur de América, que el deterioro de la situación argentina empeora más. Asistimos a la contraofensiva del imperialismo yanqui, del fascismo y la reacción, contra-ofensiva que todavía sigue desarrollándose y que es cuestión vital absorber y derrotar.


El signo que marcará su impronta sobre la arcilla todavía no modelada de los años 70 dependerá primordialmente de la capacidad de nuestros pueblos, con ayuda de los del resto del mundo, de aislar y derrotar al fascismo y abrir paso a una hora de transición hacia nuevos avances del proceso revolucionario. Sin prejuicio, desde luego, de que en este u otro país puedan producirse en esta misma etapa transformaciones avanzadas o profundas mutaciones revolucionarias. La denuncia central del peligro fascista, que supone insertar una estrategia antifascista en la histórica lucha antiimperialista de nuestros pueblos, no traba, sino que facilita el avance y la profundización multilateral del proceso revolucionario. Bien sabemos que la probada interconexión de historia y movimiento revolucionario entre las naciones de nuestro continente no establece automáticamente un tiempo igual y una ruta uniforme para cada revolución. El camino revolucionario en cada país, y mucho más las modalidades de la táctica, corresponderán siempre, en primer término, a la singularidad nacional, a la configuración históricosocial y de evolución política de cada país. Es un concepto obvio. Sin embargo, la tarea de enfrentar la contraofensiva imperialista y al fascismo aparece en el horizonte de nuestro continente como una cuestión vital para todos.


Ni fatalismo paralizante, ni fácil optimismo

El avance del fascismo en América del Sur -mucho más si le adicionamos los regímenes de Guatemala, Nicaragua y Haití- promueve perentorios interrogantes. Parece obligatorio responderlos si pretendemos abarcar, en complejidad y desarrollo, esta hora dramática, y si queremos vislumbrar perspectivas y planteamos las posibles nuevas tareas incorporadas a los objetivos permanentes -democráticos, antiimperialistas y socialistas- por los que históricamente bregan nuestros partidos y pueblos.


Uno de los méritos fundamentales de la Conferencia de los Partidos Comunistas y Obreros de América Latina y el Caribe reunida en La Habana en 1975, fue su visión de conjunto del proceso latinoamericano y el encaramiento de las principales tareas comunes.


La primera interrogación busca delimitar lo que los militares llaman "un estado de situación". Debe estimarse que entramos en el tiempo del fascismo, después del golpe en Chile, incluso del mayor ensombrecimiento del paisaje por los hechos de Argentina? Sucede ahora un período de regreso de la revolución, de repliegue de partidos y movimientos liberadores, con todas las adherencias de expectativa (attentisrne) que un juicio de esta índole siempre puede comportar?.


Conviene recordar una advertencia, aunque parezca reiterativa. En enero de 1974 el Comité Central del PCU -reunido en la clandestinidadnos previno contra dos errores posibles en la estimativa de la hora latinoamericana; podríamos llamarlos libremente el pesimismo fatalista y el panglossianismo. Caían en el primero ciertos analistas políticos, principalmente europeos, que, después de la tragedia chilena y otros hechos, vaticinaban que América Latina estaba condenada a todo un período histórico de inevitable dominación fascista y reaccionaria. Como surge de nuestra exposición, este juicio pierde de vista el conjunto del desarrollo continental y no comprende sus causas. Olvida, además, que durante ese lapso se han venido estrechando las bases sociales, políticas e ideológicas de la dominación del imperialismo, fenómeno condicionado en el plano material por el desenvolvimiento capitalista de nuestras naciones y la correlativa extensión de las zonas de antagonismo y contradicción con el opresor extranjero. En otros terrenos, el avance de la revolución con sus experiencias acumulativas, que las derrotas no borran, y el fracaso en derribar o aislar al Gobierno socialista de Cuba, contribuyeron a vigorizar o hacer aparecer variados movimientos y gobiernos que tienden, unos en forma más combativa, otros más vacilantes, hacia la autodeterminación política y económica. Los cambios en la correlación mundial de fuerzas facilitan el ensanchamiento de las fuerzas latinoamericanas que entran en el conflicto con los monopolios y el Gobierno de EE.UU. Se animan a expresar negativas o postular reivindicaciones que en el clima de la guerra fría y de la presunta inminente tercera guerra mundial ni siquiera osaban balbucear.

Para todos los demócratas, y no solo para revolucionarios y antiimperialistas militantes, surge la alarmante certidumbre de que serán barridos si el fascismo se sigue expandiendo en América Latina. Los ejemplos de Brasil, Chile, Uruguay y Bolivia, entre otros, son un espejo del propio futuro destino, si triunfa el fascismo, para fuerzas políticas muy amplias de todos los países.


La opción de Washington por el fascismo como línea primordial para enfrentar el movimiento liberador encoge todavía más la referida base de dominación y, potencialmente, amplía el campo de sus adversarios.


Esto es un factor de la debilidad intrínseca de los regímenes fascistas, pese a su ilimitada ferocidad. Claro está, esa fragilidad se transformará en derrota del fascismo si las posibilidades de congregar todas esas energías son utilizadas; si somos capaces de unir todas las fuerzas para enfrentar y derrotar al fascismo y transformar esta hora tan riesgosa en un momento de transición hacia nuevas victorias. Después de Chile debemos ser más amplios y no más estrechos en nuestras concepciones estratégicas y tácticas, escribimos a fines de 1973. Venimos reiterando esta opinión, tanto por la magnitud del peligro que se cierne sobre el continente cuanto por las posibilidades, de unir contra ese peligro sectores sociales y personalidades políticas, intelectuales, militares, religiosas y otras, que hoy tendemos a coincidir en un terreno común.

Como reclamaba Gramsci, cabe hoy un gran pesimismo de la inteligencia junto a un férreo optimismo de la voluntad.


Por lo mismo, si es riesgo perder perspectiva, es decir no ver las enormes fuerzas, sociales más amplias y un mayor juego político; si pudieran volverían a capaces de ser movilizadas y no trazar la adecuada política, igual o mayor es el segundo peligro: subestimar la gravedad de la situación, la ominosa instauración del fascismo en tantos e importantes países. Esta subestimación puede tener por forma el descuido de su proyección como amenaza continental. O no reconocer que el fascismo es línea preferente del imperialismo yanqui para nuestros países, sin perjuicio de posibles soluciones de recambio en caso de necesidad. Por cierto, en Washington, los gestores de su política latinoamericana desearían apoyarse en regímenes con bases sociales más amplias y un mayor juego político; si pudieran volverían a instrumentalizar los mitos ideológicos de "panamericanismo" y la "defensa de la libertad". Hasta hoy la mayor operación de esta índole fue llamada la Alianza para el Progreso de John Kennedy, tentativa de unir a la gran burguesía conciliadora, la burguesía nacional y el "desarrollismo" pequeño burgués tras las banderas del imperio. Eso en la misma hora de Playa Girón y de su otra cara, la "revolución en libertad" del señor Frei. Desde entonces pasaron muchas cosas hasta los actuales extremos. El fascismo es carta preferencial del Gobierno de EE.UU, sin prejuicio de todas las maniobras. No niegan este aserto ni las hipócritas palabras de Kissinger en la OEA, ni el celérico desplazamiento de Bordaberry en Uruguay por sus socios de dictadura, los generales, que se prueban un nuevo taparrabos por indicación de Washington. Al otro día, estos mismos generales y el digitado "presidente" Méndez anuncian que copiarán a la letra la estructura fascista-del homólogo brasileño.


Hay que advertido claramente: si esto no se comprende, resultará difícil advertir las implicaciones internacionales del avance fascista en América Latina como empresa contra la paz y la distensión.

Ambas subestimaciones se dan la mano: oscurecen la urgencia vital de una gran política, nacional, latinoamericana y mundial, dirigida a aislar, enfrentar y derrotar al fascismo.

Es una gran tarea histórica. De su realización dependerá, en gran parte, la suerte de la dura contienda librada hoy en América Latina.


Algunos rasgos del fascismo en América Latina

A lo largo de esta exposición, calificamos de fascistas a las dictaduras instauradas, en esta etapa, en varios países, latinoamericanos. El adjetivo corresponde al carácter de tales dictaduras; no es mera reacción verbal o emocional ante la saña y los métodos represivos evoca-dores del nazifascismo que emplean estos regímenes.

Sin embargo, a veces se tropieza con reticencias acerca de esta definición. Incluso hay quien la controvierte, como ocurre con algún publicista latinoamericano (iv). En otras ocasiones, uno tiene la impresión de que incluso en determinados medios políticos o periodísticos, que por cierto se horrorizan con la pesadilla de crimen y tortura que sufren nuestros países, se contempla el fenómeno un poco como si fuera recidiva -más o menos folclórica- de las tiranías que por más de un siglo frecuentaron el paisaje de América Latina y el Caribe. Como variaciones del añoso tema que la narrativa popularizó; antes, con El señor presidente de Asturias, entre otras obras, ahora con El recurso del método de Carpentier, o El otoño del patriarca de García Márquez.


Hay diferencias cualitativas entre las viejas tiranías y estos regímenes. Ante todo, diferencias de base social y -de momento histórico.

Si no queremos esquematizar demasiado, debemos comprobar que ya en dictaduras regresivas surgidas en los años 30 se procuraba aplicar métodos copiados del fascismo. Sin embargo, muchos de los regímenes del período actual, definidos como fascistas, reúnen algunas características propias:


a) Tienen por base primordialmente al sector del capital financiero, es decir, los monopolios, crecidos hipertróficamente como fruto del desarrollo deforme del capitalismo en nuestros países: a éste se le subordinan o asocian por miles de lazos los más poderosos latifundistas y la gran burguesía comercial, que intermedia la exportación y la importación, incluso poderosos industriales. Esta oligarquía antinacional entronca con los monopolios transnacionales y es hoy el principal punto de apoyo de la política del capital monopolista de Estado norteamericano. El papel que antes de los golpes de Estado fascistas o a consecuencia de éstos, en Brasil, por ejemplo, adquirieron las llamadas empresas transnacionales, avala nuestro diagnóstico. El fascismo en los países más desarrollados de América del Sur es ahora la dictadura descarada del capital financiero -enlazado a los sectores más regresivos de las viejas clases dominantes- promovida y sostenida por el imperialismo de EE.UU., en particular por sus círculos más belicosos y recalcitrantes, encabezados por el Pentágono. El principal instrumento de esta dictadura son hoy las fuerzas armadas, a pesar de las importantes corrientes nacionalistas, patrióticas y democráticas, que en varios países se diferencian en su propio seno.


Es la tentativa de ajuste feroz de cuentas con la clase obrera, el movimiento liberador, incluso con las tendencias nacionalistas, independentistas o nacional reformistas de la burguesía. En particular es una empresa de exterminio, según planes de conocida inspiración en la CIA y el Pentágono, de cuadros comunistas, antiimperialistas y democráticos.


Las nuevas inversiones e implantaciones de capital de los monopolios extranjeros y el fortalecimiento de los monopolios nativos y de los grandes terratenientes a costa de toda la sociedad, reclaman según ellos- barrer todas las formas democráticas y adecuar el aparato de Estado a la función total de ejecutor y guardián de este forzado reajuste general económico, social y político. La similitud de líneas económica y financiera que se aplican hoy en Chile, Uruguay y otros países, y que antes en amplia escala practicó Brasil, constituyen pruebas. En función de directivas del Fondo Monetario Internacional y de bancos internacionales, proceden a la redistribución brutal de la renta nacional en beneficio de los monopolios extranjeros y la estrecha capa de la oligarquía nativa, despojando a la abrumadora mayoría de la población, en particular a los trabajadores. Mientras invocan fórmulas de "liberalismo económico", en verdad acumulan los frutos del trabajo nacional en manos de los monopolios y ciertos sectores de latifundistas, sirviéndose del aparato de Estado militar fascista. En forma prácticamente coercitiva transfieren al capital monopolista, nativo e imperialista, los capitales acumulados por industriales nacionales y empresarios del campo empobrecen drásticamente a las grandes masa laboriosas. Llevan hasta los extremos más odiosos la subordinación al imperialismo.


A falta de partidos fascistas de masas, al viejo estilo alemán o italiano, las fuerzas armadas controladas por jefes de ultraderecha capturan con pretensión vitalicia los resortes del aparato de Estado. La formación, en algunos países, de un "complejo económico militar", con su otra cara, la corrupción, completan el cuadro. Claro está, en las proporciones de nuestras naciones.


b) El fascismo latinoamericano es eminentemente entreguista. Corresponde a países dependientes. Su línea internacional es de abdicación de la soberanía y entrega de las riquezas nacionales, es de desnacionalización en todos los órdenes. Mientras multiplica la propaganda chovinista, integra, en abyecta dependencia, el plan estratégico del imperialismo de EE.UU.

El imperialismo yanqui considera América Latina como núcleo interior de su estrategia mundial. La instalación austral del fascismo y los enclaves-dictatoriales de América Central son amenaza para todos nuestros países. En la arena internacional configuran focos de provocación, reproducen la histeria anticomunista de los tiempos del eje Anticomintern, vilipendian la distensión, votan en la ONU y otros organismos contra las causas progresistas, o proclaman que la tercera guerra mundial ya comenzó y es necesario enfrentar con armas nucleares el avance mundial de la URSS y el "marxismo internacional".(v)

Puede parecer ridículo -según la actual correlación mundial de fuerzas- el chantaje ató-mico, este perorar anacrónico, plagiado a los más célebres rabiosos del tiempo de la guerra fría o quizás exhumado del osario de Hitler. Sin embargo, si son ridículos algunos de los personajes, con o sin uniforme, que profieren tales dislates en discursos oficiales, por cierto que es siniestra la concertación de regímenes fascistas en América austral, en países que habitan alrededor de 130 millones de personas, pletóricos de riquezas naturales y con una geografía estratégicamente privilegiada. Y a esa concertación se agregan, en reparto de tareas en el Atlántico Sur, los racistas de la República Sudafricana. Ya hemos reiterado hasta el cansancio, que el fascismo en América Latina no es una rueda loca que gira con incontrolada autonomía; es pieza del ajedrez imperialista norteamericano. Cuando se menosprecia su peligrosidad potencial como factor contra la paz y la distensión, se olvida que en la evaluación es preciso contar sumando el fascismo latinoamericano a los círculos más agresivos y belicistas de EE.UU. Entonces sí se puede formular un juicio de valor acerca de este peligro.

Cuando hablamos sobre la misión histórica de tornar irreversible la distensión internacional, entendemos, a más de la distensión militar y la extinción de los hogares bélicos como el de Cercano Oriente, la tarea de aislar y derrotar los focos fascistas pervivientes o que renacen en el actual momento de América Latina.

En fin, a veces algunos autores observan la ausencia del partido de masas de carácter fascista en estos regímenes como si ello fuese un invalidante para la caracterización. La simple observación es de índole dogmática, ya que pide que un hecho histórico se repita con iguales formas prescindiendo de su contenido. Como ya advirtiera Dimítrov, no es la existencia o no de un partido de masas lo que define primordialmente al fascismo, sino su naturaleza de clase y el cambio cualitativo que impone a las formas del Estado. O sea, el hecho de ser la dictadura terrorista de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero. No creemos que por el hecho de que nuestros países no son imperialistas, sino dependientes, deje por ello de ser admisible la presencia del fascismo. En algunos pequeños países de Europa que no eran por cierto imperialistas, se instauró el fascismo después de la primera guerra mundial y la ola revolucionaria que siguió a la Revolución Rusa, y a nadie se le ocurrió negarles ese carácter.

Agrega Dimítrov: "La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía -la democracia burguesa- por otra, la dictadura terrorista"( vi ).

Dimítrov advierte contra toda pretensión de identificar el fascismo según un rasero o una obligada analogía formal: "El desarrollo del fascismo y de la propia dictadura fascista reviste en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país". Justamente recuerda que en Bulgaria, Yugoslavia y Finlandia el fascismo subió al poder sin base de masas, apoyándose en las fuerzas armadas del Estado.

En sus conocidas Lecciones sobre el fascismo, Togliatti previene, a través del análisis de la experiencia italiana, contra todo esquematismo formalista (vii ). Muestra cómo, en ciertas etapas, el fascismo debió admitir el Parlamento. Si se ve obligado a ello -dice-, el fascismo puede fornicar con el Parlamento o cualquier otra forma institucional. También hoy, en América Latina, la dictadura militar fascista de Brasil mantiene una parodia de Parlamento, más restringido que el Parlamento "rabadilla" de que habla la historia inglesa; dos por tres, parlamentario que habla es parlamentario destituido o encarcelado.

Togliatti recuerda incluso que las formas totalitarias solo fueron aplicadas por el fascismo italiano cuando el capital financiero pasó a definir plenamente la política fascista.

También es posible encontrar muchas singularidades formales en los diversos regímenes fascistas de América Latina. Existen distinciones formales que matizan el régimen brasileño respecto a la longeva tiranía paraguaya o a las dictaduras de Chile y Uruguay, y más todavía a los círculos regresivos de Bolivia. Y más aún si miramos hacia el norte y analizamos los casos, por ejemplo, de Guatemala y Haití. Sin embargo, lo importante es la similitud de contenido y el plan común aplicado en los términos ya expuestos.


Cuestión vital: aislar y derrotar al fascismo

Desde los primeros meses de 1974 venimos calificando, en forma reiterativa, de tarea histórica el actual objetivo de detener, aislar y derrotar al fascismo.

Es premisa indispensable de un nuevo avance del proceso revolucionario para el conjunto del continente.

En los países que sufren la dictadura fascista, combatirla y derrotada es requisito previo de todo adelanto futuro, de toda opción democrática avanzada y antiimperialista, y, muchísimo más, de ulteriores postulados socialistas. Presupone forjar la unidad, o en áreas muy amplias, la colaboración y hasta la simple coincidencia, de las clases y capas sociales, partidos y personalidades -civiles y militares, religiosas y laicas-que contradicen el fascismo. Es decir, aquellos que lo combaten y se le oponen, o que simplemente entran en conflicto con sus bárbaras manifestaciones. Tal concertación patriótica y democrática solo podrá arquitecturarse en torno a una política muy amplia, dinámica e imaginativa, y a un programa mínimo cuyo pivote será el rescate de la democracia y la adopción de ciertas medidas económicas y sociales ante la profunda crisis que viven nuestros países.


Como se sabe, los comunistas uruguayos resumimos este programa, para nuestro país, en tres directrices principales: política exterior independiente; medidas para paliar la crisis; libertades y derechos para el pueblo, es decir, para todos sus partidos, organizaciones sindicales y de otra índole. Consideramos la unidad de todos los antifascistas como un condicionante de la victoria, y no somos indiferentes a cualquier fractura en la estructura fascista que puede tornarse brecha hacia una auténtica apertura democrática. No entendemos por tal los retoques que a instancias del imperialismo yanqui se puedan introducir con vistas a mimetizar la dictadura fascista -como ocurrió hace poco con el desplazamiento de Bordaberry-. El factor definidor será, siempre, la posibilidad de irrupción de las masas populares por esa fisura.


Justamente la concertación, para objetivos básicos, de todas las fuerzas antifascistas, evoca y promueve el despliegue de la enorme energía del gigante popular; tiende a aislar a los núcleos fascistas en el seno de las fuerzas armadas, menos numerosos de lo que habitualmente se cree, contribuye a la diferenciación en éstas, y da nuevo vigor a la misma unidad antifascista.

El programa básico otorga garantías mutuas sobre el proyecto de transición democrática, al que deberán atenerse todos los sectores antifascistas. Previene contra todo sectarismo y, cimentando la unidad, permite avanzar más en la fraternidad combativa. Es, a la vez, el mejor antídoto contra el anticomunismo histérico, de que se sirve el fascismo para separar a sus adversarios, es decir, casi todo el país.

Pensamos que siendo el fascismo un peligro continental, su prevención en otros países, que viven bajo diferentes regímenes, más o menos democráticos, es ingrediente indispensable del accionar político; se entrelaza, en unidad contradictoria, con las tareas inmediatas de la táctica como con los objetivos democráticos y antiimperialistas de mayor alcance.


Enormes y poderosas fuerzas existen para cortar el paso al fascismo, incluso para derrotarlo en donde ha logrado su instauración. La unidad y coincidencia oportuna de esas fuerzas es cuestión vital, so pena de que continúe su expansión. La debilidad política relativa de los sectores fascistas en éste u otro lugar, no debe llevamos a subestimar el peligro. Veamos la experiencia uruguaya, sin entrar a un análisis pormenorizado. La más variada gama de grupos políticos, organizaciones sociales y sindicales, etc., que representaba la abrumadora mayoría de la población era adversa a un golpe fascista. También no despreciables corrientes militares. La clase obrera, otros asalariados, estudiantes, intelectuales, etc., estaban en lucha y dispuestos al más firme combate, como probó la histórica huelga general, encabezada por la CNT y nuestro Partido. Sin embargo, se llegó a crear una correlación de fuerzas negativa, por varias razones, sobre la cual cabalgó el fascismo a través del golpe de Estado de Bordaberry y los generales de ultraderecha. Ello pudo ocurrir porque no logramos congregar esa vastísima fuerza, ni diferenciar las fuerzas armadas, como sucedió en otras oportunidades. Por ejemplo, a comienzos de los años 60, las fuerzas obreras y populares, los partidos políticos y sectores militares democráticos frustraron intentonas, en las que participaban algunos de los actuales jefes de la dictadura fascista de Uruguay.


La Conferencia de los Partidos Comunistas y Obreros de América Latina y el Caribe, en referencia a estos problemas, extrae algunas conclusiones. Advierte que los comunistas aspiramos a una democracia socialista, pero no somos ni podemos ser indiferentes a la suerte que corran situaciones relativamente democráticas... Y que uniremos siempre nuestros esfuerzos con todos los partidarios de la democracia, con todos los que se pronuncien contra la brutalidad fascista de los Pinochet, Banzer, Somoza, Stroessner, Laugerud, los gorilas brasileños, los Duvalier o Bordaberry.


Y concluye en frases definitorias: La unidad en la lucha democrática, más amplia en sus marcos que la unidad revolucionaria antiimperialista, enlaza dialécticamente con ella. El camino de las transformaciones revolucionarias de América Latina supone una lucha conjugada, constante, en que el combate al fascismo, la defensa de la democracia y la lucha contra el imperialismo y las oligarquías y la participación efectiva del pueblo en la definición de la vida política se desarrollan como parte de un mismo proceso.


Desde este mismo punto de vista, parece indispensable la promoción de un gran movimiento antifascista de pueblos y gobiernos de América Latina y el Caribe, sobre la base de una plataforma -siquiera mínima, pero positiva- de democracia, soberanía nacional, rescate de las riquezas nacionales, salvaguardia de conquistas alcanzadas en este período y de apoyo a la paz y la distensión internacional.


Este movimiento ayudará a aislar a las dictaduras fascistas y acrecentar la solidaridad con partidos, frentes, organizaciones y personalidades que bregan por la libertad de sus patrias.

Será importante factor para absorber la contraofensiva del imperialismo y el fascismo. Colaborará en el rescate de la democracia en algunos países; ayudará a defender, consolidar y profundizar los regímenes democráticos y avanzados; permitirá objetivamente una más alta acumulación de fuerzas de la clase obrera y sus partidos; ampliará posibilidades de alianzas democráticas y antiimperialistas sobre la base de una flexible y madura conducta política; con-tribuirá a esa necesaria unidad dialéctica entre la lucha democrática y la unidad revolucionaria antiimperialista, de que habla el documento de la Conferencia de La Habana.

Cada día que transcurre resulta más ostensiblemente necesaria la promoción de este movimiento y más lamentable su retardo.


En esta vasta conjunción, un lugar corresponde a la Iglesia, que en varios países contra-dice o enfrenta al fascismo. Parece indispensable asimismo una gran política hacia las fuerzas armadas a desarrollar en el ámbito de cada nación. La función que el imperialismo yanqui asigna a tales fuerzas en el "nuevo orden" fascista, reclama respuesta adecuada. Diferenciar las fuerzas armadas, estimular la unión de sus sectores patrióticos con el pueblo es importante requisito de la victoria sobre el fascismo, y porción estratégica insoslayable de nuestra revolución democrática y nacional-liberadora.


*Este artículo fue escrito en julio de 1976 especialmente para una edición de trabajos de Arismendi aparecida en República Popular de Hungría. Se publicó también por Editorial Progreso en El VII Congreso de la IC y el fascismo en América Latina (español y ruso), Moscú, 1977; se reprodujo por la Editorial MISL (en ruso), en 1979, en Leninism-znamía revolutsiónnogo preobrazovania mira. (N. de edit.).


NOTAS


) William L. Luers. Subsecretario adjunto para asuntos Latinoamericanos de EE.UU., en declaraciones ante la subcomisión sobre asuntos políticos y militares de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EE.UU. (N. del autor).


) William Rogers, ex-secretario de Estado para asuntos interamericanos y luego secretario de Estado para asuntos económicos internacionales. Ver La Opinión, Buenos Aires, I.VII. 76, p. 6 (N. del autor).


) Famosa novela de G. Tomasi di Lampedusa.


) El fascismo en América Latina, encuesta de la revista Nueva Política, de México, N. 1, 1976.


) Juan María Bordaberry, Augusto Pinochet, Alfredo Stroessner, general Julio C. Vadora, etc., en la prensa uruguaya y chilena. Ver reportaje a Juan María Bordaberry en Washington Star, el 20 de diciembre de 1975. Ver editorial (de Enrique Rodríguez) en el boletín del Partido, PCU, 1975, N 11, pp. 3 y sig. (N. del autor).


Jorge Dimitrov. Notas tomadas del informe y de la clausura del Vil Congreso de la Internacional Comunista. Ed. Sofia Prese, 1968. Título: La unidad de la clase obrera (N. del autor).


) Palmiro Togliatti, Opere Scelte. Editori Riuniti, Roma, pp. 107-109 (N. del autor).

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