ESCRITO POR ALEXIS CAPOBIANCO - Rodney Arismendi, la revolución y algunos apuntes sobre la historia del Uruguay ¿Qué lugar ocupa Arismendi e...
ESCRITO POR ALEXIS CAPOBIANCO -
Rodney Arismendi, la revolución y algunos apuntes sobre la historia del Uruguay
¿Qué lugar ocupa Arismendi en nuestra historia como país? ¿Puede ser considerado una de las figuras más inuyentes en la segunda mitad del siglo XX? ¿Contribuyó en forma significativa al avance del Uruguay en un sentido progresivo y democrático con un horizonte revolucionario? Intentaremosresponder estas preguntas a lo largo de este artículo
Arismendi y el PCU retoman las tradiciones artiguistas, que fueron una expresión plebeya, radical y jacobina en el marco de las revoluciones de independencia de Latinoamérica, derrotadas a posteriori por el colonialismo lusobrasileño en alianza con la oligarquía criolla -porteña y oriental- que no buscaba una ruptura radical con el antiguo orden colonial. Las tareas democráticas y agrarias que se planteó el movimiento artiguista quedaron como cuestiones en gran medida pendientes, y, en particular, la gran concentración de la propiedad agraria en pocas manos es hasta el día de hoy uno de los problemas fundamentales de nuestro país y América Latina exceptuando Cuba. También las tradiciones varelianas de laicismo y una educación obligatoria y gratuita, de un fuerte impulso a la educación pública, pasarán a formar parte de una concepción marxista que se identifica con la educación pública uruguaya y sus mejores tradiciones. Asimismo, esto se entroncará con los principios de autonomía y cogobierno que planteará el movimiento de reforma universitaria, en el cual jugaron un papel tan significativo revolucionarios como Antonio Mella en Cuba, fundador del Partido Comunista en ese país. Ysostiene Bateggazzore al respecto: En este sentido, tareas como la unidad sindical o la constitución de un Frente Democrático de Liberación Nacional se transformaban en fundamentales para Arismendi, también la unidad de obreros y estudiantes y una política amplia y no dogmática dirigida hacia los intelectuales y la cultura. Fue durante su ejercicio como secretario general del PCU, que los comunistas impulsan fuertemente la conformación de un movimiento sindical único, así como también la unidad de la lucha de trabajadores y estudiantes. La unidad sindical precede a la unidad política, que se concretará en el Frente Amplio en 1971, aunque siempre señalará diferencias entre lo que Es muy difícil separar en Arismendi al teórico del práctico, porque en él teoría y práctica se encontraban profundamente imbricadas; fue un filósofo en el sentido gramsciano, como destaca María Luisa Battegazzore, quien cita el siguiente pasaje del revolucionario y pensador sardo: Y si bien la relación es bastante más compleja, determinadas tradiciones civilistas, democráticas y reformistas tanto del mejor batllismo como de las corrientes progresistas del Partido Nacional, serán reivindicadas por Arismendi, el PCU y la mayor parte de la izquierda uruguaya, tradiciones como la separación de la Iglesia y el estado, que están en línea de continuidad con el laicismo vareliano, leyes de protección a los trabajadores, y la apuesta a empresas públicas ante un capital nacional y extranjero que no podía desarrollar determinadas actividades que tenían un carácter estratégico (o las desarrollaba mal y en forma ineficiente desde la perspectiva de los intereses del país). De hecho, no debemos olvidar, que muchas de las reformas y leyes impulsadas por José Batlle y Ordóñez serán apoyadas por un Partido Socialista que después decidirá por mayoría transformarse en Partido Comunista de Uruguay. El marxismo y el leninismo que impulsó Rodney Arismendi, no eran un conjunto de verdades extrapoladas desde otras realidades, sino un marxismo creador que integra lo mejor de nuestras tradiciones y desarrolla en forma no dogmática un análisis concreto de esos concretos históricos que son Uruguay y América Latina. A esto último constribuyeron en forma particularmente sustantiva, un conjunto de intelectuales que promovieron todo una relectura de nuestra historia, en la que se destacan historiadores del Partido Comunista de Uruguay como Francisco Pintos, el educador y multifacético Jesualdo Sosa, Lucía Sala de Tourón y Julio Roríguez entre otros, que desarrollaron aportes sustantivos a la historiografía uruguaya y del Uruguay desde la perspectiva del materialismo histórico.
Es muy difícil separar en Arismendi al teórico del práctico, porque en él teoría y práctica se encontraban profundamente imbricadas; fue un filósofo en el sentido gramsciano, como destaca María Luisa Battegazzore, quien cita el siguiente pasaje del revolucionario y pensador sardo:
“Que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y en forma unitaria la realidad presente, es un hecho ‘filosófico’ mucho más importante y ‘original’ que el hallazgo, por parte de un ‘genio’ filosófico, de una nueva verdad que sea patrimonio de pequeños grupos de intelectuales”.
Ysostiene Bateggazzore al respecto:
”Pensamos que ésa es la óptica más justa para valorar el trabajo teórico de Arismendi. En los 15 años que van entre el XVI Congreso y la fundación del FA, los elementos centrales de una concepción, expresada, en el plano político, en la Declaración programática del PC, se incorporaron como ideología -en sentido gramsciano- en el pensar y sentir de amplias masas”.[1] Mencionaremos aquí en forma muy genérica algunas de sus principales contribuciones.
Dialéctica y “análisis concreto de la realidad concreta”
En Arismendi se destaca su compromiso con una visión del materialismo dialéctico e histórico que no caía en mecanicismos ni en traslaciones abstractas, lo que lo llevó a un análisis concreto de nuestras formaciones sociales, latinoamericana en general y uruguaya en particular. Para Arismendi, el capitalismo uruguayo y el latinoamericano en general eran dependientes y deformes, fundamentalmente porque habían seguido una vía de desarrollo “oligárquica” o “prusiana”, caracterizada por la continuidad del latifundio -y en gran medida de relaciones precapitalistas (en algunos países más y en otros menos)-, y porque fue un capitalismo que se subordinó tempranamente al imperialismo, ocupando un lugar subalterno en la división internacional del trabajo con un carácter dependiente. En este contexto, las principales tareas eran de carácter antiimperialista, agrario y democrático, pero estas tareas no nos conducirían -si se llevaban hasta sus últimas consecuencias- a un capitalismo desarrollado y autónomo, sino que nos colocaban en el umbral del socialismo. No existían posibilidades de un desarrollo capitalista independiente, tanto el desarrollismo como lo que después será llamado “neoliberalismo” eran utópicos para Arismendi; el neoliberalismo era una utopía “reaccionaria” y el desarrollismo era inviable en el actual contexto de la fase imperialista. El único camino viable de desarrollo era el socialismo, y ese socialismo se podría alcanzar a través de una revolución democrática y antiimperialista, si la misma era dirigida por la clase trabajadora y orientada por una concepción marxista-leninista. La revolución cubana era para Arismendi un ejemplo concreto de esas posibilidades en América Latina.
Este carácter dependiente del capitalismo latinoamericano y la presencia del latifundio implican que una gran parte de la plusvalía sea apropiada por el imperialismo y los propietarios de la tierra, y cuyo destino será -en gran medida- no la inversión productiva en nuestros países, sino que irá a parar a los países centrales y al consumo suntuario improductivo. Todo esto hace que sea muy limitado todo posible proceso de acumulación y de desarrollo mínimamente autónomo, y produce una crisis estructural permanente, que se manifiesta en las agudas crisis periódicas que viven los países latinoamericanos, pero también en los persistentes problemas económicos, sociales y culturales que afrontan nuestros pueblos, mucho más agudos que en los países centrales. Durante los primeros años de este siglo, y en un contexto de aumento del precio de los commodities, algunos cuestionaron la tesis de la crisis estructural, a la vez que orecían análisis desde una concepción neodesarrollista que planteban que en cuestión de algunas décadas ingresaríamos por la puerta grande del primer mundo. Esas visiones confundieron un fenómeno coyuntural con algo permanente; el alto precio de las materias primas, que contribuyó a cierta primarización de nuestras economías, declina claramente hacia medidados de la segunda década del siglo XXI, entrando la mayoría de nuestros países en una fase de estancamiento o retroceso, agudizándose algunas problemáticas sociales, y emergiendo fuertes movimientos de derecha que buscaban un ajuste regresivo ante las nuevas condiciones. El golpe blando de Brasil, la elección de Macri en Argentina, el golpe duro boliviano, y en nuestro país la coalición multicolor son expresión de ese fenómeno, que nos hizo recordar que las causas más profundas de lo que Arismendi llamaba crisis estructural seguían intactas, y que el neodesarrollismo y nuestro ingreso al primer mundo no era más que un mito utópico.
Esta base estructural del capitalismo uruguayo y latinoamericano en general hacía necesario un amplio marco de alianzas, pero que debería estar dirigido por la clase trabajadora. Arismendi siempre rechazó categóricamente una alianza donde la clase trabajadora se subordinara a tal o cual fracción de la burguesía; la hegemonía de los trabajadores era esencial para que las tareas democráticas y antiimperialistas fueran llevadas hasta sus últimas consecuencias, lo que nos colocaba en los umbrales del socialismo. Esas tareas implicaban para Arismendi una reforma agraria que no podía pasar por la parcelación en pequeñas propiedades, sino que tendría que apuntar a formas de propiedad colectivas de la tierra, también a la expropiación de los grandes monopolios extranjeros, en el marco de un gran protagonismo popular, que abriera canales efectivos a nuevas formas de democracia y que permitiera una participación cada vez más activa del pueblo en las decisiones. Ese amplio marco de alianzas tenía particularidades nacionales; en algunos países el peso del campesinado indígena era mucho más relevante que en otros, por ejemplo, pero según Arismendi se debía apuntar a conformar alianzas entre trabajadores, capas medias intelectuales, campesinos, pequeñoburguesía, y en la medida de lo posible alianzas con sectores de la burguesía o productores medianos, cuyos intereses objetivamente chocaban con la oligarquía y el imperialismo, o por lo menos intentar la neutralización de la burguesía y los productores medios. Pero jamás se trata de alianzas subordinadas, ni siquiera con sectores de capas medias o pequeñoburgueses avanzados. Este es tal vez uno de los principales problemas y desafíos que se nos presenta hoy: lograr reconstruir una hegemonía de los trabajadores, superando dogmatismos y anacronismos que identifican clase trabajadora con tal o cual sector específico de la clase, y desarrollando creativamente el marxismo y el leninismo como siempre planteaba Arismendi, analizando las transformaciones del capitalismo, los cambios en las estructuras de clases, las correlaciones de fuerza, las nuevas tendencias culturales, etc. Muchas de las limitaciones que hoy vemos en los procesos progresistas, la imposibilidad de plantearse medidas que cuestionen en forma más radical las actuales estructuras o de promover una nueva hegemonía cultural con un horizonte socialista, o una política antiimperialista consecuente son producto de que hoy no es la clase trabajadora quien dirige los procesos de transformación política y de que las ideas de Marx y Lenin están, en general, lejos de hegemonizar a nivel de la izquierda latinoamericana. Planteándolo en términos de Antonio Gramsci, quien para Arismendi fue uno de los pensadores que más aportó al desarrollo del leninismo en la condiciones concretas de occidente, lo que se trata es de constuir un amplio bloque contrahegemónico, que constituya una “fuerza política real” que debe estar dirigida por la clase trabajadora.
En este sentido, tareas como la unidad sindical o la constitución de un Frente Democrático de Liberación Nacional se transformaban en fundamentales para Arismendi, también la unidad de obreros y estudiantes y una política amplia y no dogmática dirigida hacia los intelectuales y la cultura. Fue durante su ejercicio como secretario general del PCU, que los comunistas impulsan fuertemente la conformación de un movimiento sindical único, así como también la unidad de la lucha de trabajadores y estudiantes. La unidad sindical precede a la unidad política, que se concretará en el Frente Amplio en 1971, aunque siempre señalará diferencias entre lo que entendía como Frente democrático de liberación nacional y el Frente Amplio. También impulsó la más amplia convergencia democrática para derrotar a la dictadura. En toda la actuación de Arismendi como pensador y político práctico, podemos ver dos características en forma muy clara: su flexibilidad táctica y su firmeza estratégica; lejos estuvo de todo pragmatismo o principismo dogmático, siempre buscó los caminos para avanzar hacia un horizonte socialista pero desde una perspectiva amplia y no sectaria. Esta construcción de la unidad política y sindical, por la que tanto hizo Arismendi, fue y es imprescindible, y ha sido y sigue siendo uno de los principales obstáculos a vencer en muchos de los procesos latinoamericanos.
El problema del estado y la posibilidad de avanzar en democracia
Revolución cultural
En su concepción de la revolución ocupaba un lugar central el problema cultural. Arismendi se aleja de los mecanicismos economicistas que siempre acechan al marxismo y suelen llevarlo por caminos reduccionistas y dogmáticos. La revolución cultural es una cuestión fundamental para todo proceso de revolución social para Arismendi, que es prologada por una transformación cultural profunda, que se profundiza a su vez una vez conquistado el poder. Sin duda, el PCU desde 1955 en adelante tiene una política muy abierta y amplia hacia la intelectualidad y la cultura. Al tiempo que se construía la unidad sindical y política, se iba tejiendo una nueva concepción del mundo, a través de las publicaciones partidarias como Estudios o El Popular, pero también a través del desarrolló de una política cultural muy amplia que permitió acercar a figuras muy destacadas de la academia y el arte, que se transformaron a su vez en sujetos activos del cambio cultural y del proceso revolucionario. Es difícil comprender determinados fenómenos culturales en nuestro país si no tomamos en cuenta esta política cultural amplia y no dogmática que desarrolló el PCU, que contrastaba con el “realismo socialista” propio de la URSS y los regímenes del socialismo real, con el cual Arismendi fue muy crítico. Fenómenos como el teatro independiente, El Galpón, artistas como Zitarrosa, Paco Espínola, Washington Benavides, el importante peso a nivel de la academia, la relectura de la historia, etc., son expresión pero a la vez factor dinamizador del desarrollo de una concepción y un bloque contrahegemónicos, que irán permeando en amplios sectores de nuestro pueblo, sobre todo de trabajadores y capas medias. Durante el ejercicio de Arismendi como Primer Secretario del PCU, desarrolló una política contrastante con las visiones que desde la izquierda instrumentalizaban la cultura y el arte en forma estrecha y dogmática. Esta fue tal vez una de las principales limitaciones de algunas fuerzas y gobiernos de izquierda, la ausencia de una política cultural amplia y transformadora a la vez, capaz de promover una nueva visión del mundo, nuevos valores y formas de vida alternativas a las dominantes, a esa cultura capitalista donde construyen el consumismo y una pérdida de sentido nihilista. Una izquierda que muy frecuentemente confundió cultura popular con cultura de masas, y que presa muchas veces de un populismo estético reproductor de la ideología hegemónica, operó en forma inconsciente marginando expresiones culturales populares, criticas y contrahegemónicas o instrumentalizando otras veces la cultura y el arte en forma reduccionista. Podemos decir, utilizando una expresión de Gramsci, que su obra teórica y práctica fue fundamental para la “reorganización de la cultura” y para transformar a la izquierda en una “fuerza política real”, tarea que no es posible si no se impulsa un profundo cambio cultural con amplitud y sin dogmatismos.
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